A raíz del caso
Charlie Hebdo ha habido una explosión mediática de solidaridad con este semanario satírico. Los hechos más visibles han sido las concentraciones en las
calles de París, con la presencia de decenas de jefes de Estado, y la difusión
de lemas “Je suis Charlie” en las redes sociales. Como era de esperar, ha reactivado la cuestión del choque de civilizaciones. También se han generado debates en torno a la libertad de expresión y la tolerancia. La perspectiva
más expandida al respecto sostiene que Charlie Hebdo es una representación de
ambos valores, los cuales son patrimonios universales forjados en Europa así
como un objetivo del terrorismo islamista. Pero, ¿hasta qué punto podemos tomarnos seriamente esta perspectiva?
En primer lugar, pese a lo que normalmente se dice, la libertad de expresión nunca se ha sentido del todo cómoda
en Europa, al menos en tanto práctica popular. Esto contradice el discurso de la mayoría de tertulianos y también de parte de las perspectivas académicas. De hecho, cuando tratan de centrarse en los orígenes de dicha libertad, los manuales al uso de historia de las
ideas políticas suelen remitir a la Holanda de Baruch Spinoza y a la Inglaterra
de John Locke, a los que no por casualidad se les ha considerado paladines del
liberalismo y de la Europa moderna. Ahora bien, aunque Spinoza y Locke supongan novedades importantes en la historia de Europa, estas asociaciones tergiversan gravemente el pasado
europeo.